El ritmo en los tiempos de la mafia
Buscando profundizar un poco en un tema que el amigo Martínez dejó entrever en su texto me doy a la tarea de responderme una pregunta que ha calado en mi mente durante algunos meses. ¿Por qué el reggaetón no ha sucumbido al inclemente paso del tiempo?. Pero para empezar habría que revisar las estadísticas infieles que aseguran que un "ritmo de moda" tiene un periodo de vida exitoso de solo 6 meses, como sucedió con el risible "carrapicho" o la prohibida "lambada". Sin embargo ya son más de cinco años en que hemos convidido con este ritmo proveniente del Raggamuffin.
La explicación a este fenómeno tal vez se centre en que el reggaetón, como ningún otro ritmo antes, ha logrado convertirse en algo más que un baile descarado para afirmarse como un estilo de vida que responde al ideal latinoamericano por excelencia (la generalización aquí resulta algo canalla, pero es de gran utilidad). Y es que nunca antes se habían conjugado de forma tan simbiótica la simplicidad de una letra que permite que cualquier desdichado pueda cantarla con la complejidad involuntaria que tratan los temas de esas mismas letras. El reggaetón es el punto más elevado y "artístico" de la ideología traquetera; es la validación musical del principio mafiosesco "yo hago mis propias reglas"; es la ratificación de la antiquísima y muy paternal consgina "porque sí, porque soy yo". Y lo más sensato es que lo desarrolla de una forma tan obvia y directa que parece ridículo que hoy todos los adolescentes colombianos no estén pagando penas en una correccional. Uno de los ejemplos más lúcidos es el de Yasuri Yamileth, que si te metes con ella te hace la YeYE y te saca la Gillete, sólo porque ella es Yasuri, Yasuri Yamileth. Si algún día me da la cristiana gana de parquear el carro en el puesto de una ambulancia y el municipio se atreve a multarme por esto les diré que yo hago lo que quiero sólo porque soy el Juano, el Juano Ramirez. Y así como éste los casos pululan en rededor. El ídolo de Eduardo, Don Tego Calderón es toda una autoridad en esto de manifestar su prepotencia injustificada sólo por ser él mismo, y por supuesto esa altanería es una justificación suficiente para el comportamiento gángsteroso que Martínez describió en su último comentario. Y es que el reggaetón no es más que la ratificación de la violencia como forma de vida, de la prepotencia como dogma y de la insensatez como religión, y por esto mismo se presenta como el perfecto medio de expresión para el imaginario colectivo de todos estos pueblitos donde el oro blanco es dios. Si Da Vinci fue el hombre insignia del renacimiento Papi Yankee es el modelo a seguir de nuestra tardía edad del polvo (los amigos historiadores me van a echar del blog por este símil tan Arjoniano).
Pero aclaro, no vengo a dármelas de puritano. Acepto que he estado al borde de la eyaculación al ver a una culicagada de 16 años mover la pelvis en ángulos obtusos como si estuviera poseída por Belcebú, Asmodeo y 27 demonios más mientras baila al ritmo de Calle 13. También acepto que con el poco pulmón que me queda he cantado a grito herido esa apología al hidrocarburo que reza "dale más gasolina" y que más que una canción parece una pésima campaña ideada por el "Chiqui" Valenzuela en su época como Ministro de Minas. Pero en beneficio propio sé que mi motivación es diferente, un tanto más primaria y visceral pero a la larga mucho más inofensiva.
Finalmente, ante la impensable legalización de la cocaína, el reggaetón se ha impuesto como una forma alterna para hacer plata "bien habida" sin dejar a un lado el espíritu mafioso que habita en cada parroquiano que ve cómo se revalida su imaginario y se justifican sus andadas en cada canción.
Juan David Ramírez (el de-mente ingenieril).